PROTAGONISTAS

ANA LUCRECIAGARCÍA

soprano
El camino de Ana Lucrecia García hasta convertirse en la gran soprano dramática que ha cantado en grandísimos escenarios de todo el mundo, fue un tanto laberíntico y está lleno de momentos de película. Iba para violinista desde muy joven, y de hecho ejerció como tal unos años, hasta que animada por sus compañeros de orquesta se hizo evidente que lo suyo era cantar; su tesitura de spinto tardó en dar la cara, momento hasta el que sintió que no acaba de encajar con los papeles del repertorio lírico-ligero que le asignaban sus maestros de canto. Pero todas las dudas y las ideas y venidas merecieron la pena. El día de la verdad, en que debutó en la Scala de Milán, el reconocido barítono Leo Nucci le dijo: «¿Mujer, dónde estabas escondida? Tu voz es tan importante que pronto se hablará de ti en todas partes». Ana Lucrecia actualmente tiene interesantes proyectos en cartera y desde 2020 imparte clases de canto a estudiantes de diferentes países, una tarea en la que se siente muy realizada.
Ana Lucrecia
fotos: archivo personal de Ana Lucrecia
«CANTAR es la expresión más auténtica de tu propio ser»

Empezaste en la música como violinista. ¿Cómo fue el camino hasta convertirte en soprano dramática?
Hubo muchos momentos que fueron como de película. Empecé en la música con siete años en mi ciudad natal, Coro, en Venezuela, en el núcleo del Sistema de orquestas juveniles. Empecé a estudiar el violín, aunque a mí me gustaba el cuatro, un instrumento típico nacional. Aún conservo mi primer violín, que me compraron mis padres con mucho esfuerzo porque en casa no había mucho dinero. Aún conservo el instrumento. En el Sistema aprendí mucho de la cultura del esfuerzo y del trabajo, de la disciplina y de tomarse en serio las cosas. Pronto fui asistente de cátedra y les dije a mis padres que yo quería ser músico y ellos encantados con la idea a pesar de lo jovencita. No me dijeron la típica frase de «No, tú tienes que ir a la universidad y sacarte una profesión de verdad». Y entonces mi madre, que sabía que si yo quería dedicarme a la música tendría que salir de mi ciudad e irme a otra más grande y con más posibilidades, se enteró de unas audiciones para entrar en la Orquesta Sinfónica de Caracas. Recuerdo ir en autobús toda una noche y llegar las dos con lo puesto directamente a la audición. Me había preparado la audición en tan solo un mes y me aceptaron. Ahí es cuando entro en contacto con la ópera por primera vez, porque yo no tenía ni idea. En los descansos de los ensayos yo me ponía a imitar a los cantantes, hasta que un día una compañera me dijo: «Veo ante mí a una cantante», y yo pensé «déjame probar porque si puedo imitar una voz de repente tengo una voz propia». Entonces empecé a estudiar canto varios días en semana hasta que el director de mi orquesta me ofreció mi primera actuación como cantante: yo estaba sentada en mi fila, con mi violín y a una señal suya me levanté y canté mi primera aria, de La Bohème, ante el público, que reaccionó de manera increíble, aplaudiendo emocionado; y entre mis compañeros instrumentistas había alguno incluso llorando, fue muy bonito. Ahí ya empecé a formarme en serio como cantante con Rosita del Castillo.

«Si tienes el don de cantar, tu obligación es ofrecérselo a los demás»

Y al poco tiempo te viniste a estudiar canto a España a la Escuela Reina Sofía.
En el año 98. Había compañeros venezolanos a los que les había ido muy bien en esta escuela. La fundación Mozarteum de Venezuela se portó muy bien: me pagaron el billete de avión e incluso la mitad de mi matrícula en la escuela. Yo había venido a Madrid a hacer la prueba con el maestro Alfredo Kraus. Fue muy impactante. Esa misma tarde ya me habían admitido porque mi prueba causó revuelo. A la muerte de Kraus hicimos audición para Teresa Berganza y recuerdo ese día como ayer. Al final Madrid se convirtió en mi casa.

Es decir, que al contrario que muchos cantantes no tenías experiencia coral previa…
Muy poco, solamente durante un verano con una coral venezolana de gira por Ecuador. Ahí no tenía técnica, me hacía daño en la voz. Yo aún estaba en el camino de ser violinista. Aún no tenía la llamada de convertirme en cantante ni lo intuía.

«Cuando canté en la Scala de Milán no me conocía casi nadie, pero confiaron en mí»

Ana Lucrecia saludando al pblico en una de sus actuaciones

Has actuado en algunos de los mejores teatros del mundo. ¿Con qué escenario te quedarías de todos los sitios en los que has actuado, en cuál te has sentido mejor acogida o más emocionada o más retada?
Tú fíjate, es que son muchas cosas y muy diferentes. Digamos que quizás la más importante, por haber sido casi la primera, fue la experiencia en la Scala de Milán personificando a Odabella, de Attila. Entonces no me conocía casi nadie, pero la persona que confía en mí en ese momento fue el director de casting de la Scala que me había escuchado en un par de audiciones y me dijo que estaba preparada. Aún así estudié muchísimo durante un año para poder afrontar esa actuación. Luego vinieron otros escenarios importantes que me impresionaron y retaron mucho, como Teatro La Fenice, Royal Opera House, Seattle, Atenas, en el Parthenon; la Arena de Verona, donde debuté con un lleno de 18 mil personas, en 2010, con Aída. Aquello fue impresionante.

Háblanos del momento en el que vas encontrando tu propia voz, tu propia tesitura.
Cuando empecé a estudiar de verdad ya en España, los maestros consideraban que yo era muy joven para cantar repertorio dramático y me pusieron un repertorio un poco ligero con el que yo nunca me sentí cómoda. Yo confiaba en ellos y pensaba, bueno, ellos son maestros y deben saber más. Pero yo dentro de mí soñaba con el repertorio dramático. Yo hablaba con Dios y le preguntaba «¿por qué tú a mí me diste este cuerpo grande y luego me das una vocecita? ¿Tú no ves que esto no tiene sentido? ¿Por qué tú me haces esto?» Entonces luego conocí a un profesor italiano que me hizo trabajar la voz de otra manera, solamente la parte alta, y entonces es cuando sale la spinto. Y claro, yo me decía «¿será verdad que soy lo que siempre he soñado y este señor me lo está diciendo nada más porque le pago y me está regalando los oídos?». Yo soy desconfiada y a veces tengo una lógica CSI cuando algo no me cuadra. Una forma de cantar influye directamente en la calidad de lo que haces, claro, la voz tiene esa cosa mágica, y empecé a estudiar el nuevo repertorio cuatro meses. Me presenté a un concurso de canto pensando «si la gente se ríe es que voy por mal camino», pero lo gané. Tengo como una forma extraña de aprender. Simplemente poniéndome la grabación de la clase puedo comprender lo que pasa y luego puedo repetirlo. Aprendía a escuchar lo que el maestro oía cuando yo hacía una cosa y me la corregía y luego escuchaba la corrección. Me propuse escuchar la diferencia y qué pasaba dentro de mí. Fue un estudio muy profundo. 

«Ser maestra de canto para mí es algo sagrado que me tomo muy en serio. Aplico con mis estudiantes el conocimiento profundo que desarrollé conmigo misma en mi aprendizaje»

Interesante, porque tú además ahora eres maestra de canto.
A raíz de la pandemia, como todos los teatros se cerraron empecé a dar clases de canto. No todo cantante sabe enseñar técnica vocal. Yo puedo ver a través de la persona que tengo delante y ayudarla de verdad a cantar. Ser maestra de canto para mí es algo sagrado que me tomo muy en serio. Aplico con mis estudiantes el conocimiento profundo que desarrollé conmigo misma en mi aprendizaje. Tengo alumnos de diferentes partes del mundo.

¿Qué es para ti el canto?
Con el tiempo se ha convertido en una forma de vida pero también es una filosofía de vida, es la forma más bonita que hay para expresarse; es como la expresión más auténtica de tu propio ser. Cuando tienes un don así es tu obligación ofrecérselo a los demás. La gente cuando va a un concierto lo que quiere es conectar con la belleza, llevarse ese momento, ese tesoro en su corazón. Y para hacer eso hay que ser muy responsable y hacerlo bien. 

Ana Lucrecia en los camerinos del Teatro Real

«La gente cuando va a un concierto lo que quiere es conectar con la belleza, llevarse ese momento, ese tesoro en su corazón»

¿Qué nos cuentas de tus planes, qué actuaciones tienes por delante?
No quiero adelantarlo pero estoy con un par de proyectos muy bonitos por delante, con Aida, Tosca y Fidelio.

¿Como ves el ambiente operístico y el futuro de cara a las nuevas generaciones de público?
Soy crítica con los montajes actuales. Veo que muchas producciones espantan al público. Las entradas de la ópera son caras y si luego te sientas a ver una cosa fea y violenta no quieres volver. Es muy difícil romper ese círculo y alzar la voz contra estos montajes. Se ha perdido calidad. La ópera es un conjunto de muchas cosas, no solamente el canto, también está la orquesta, el vestuario, la escenografía, las luces, cómo se cuenta la historia… Y muchos montajes son oscuros y chocantes. Mi opinión es discutible pero pienso que esto puede echar atrás al público.

¿Qué le dirías a alguien que quiere ser cantante de ópera y qué le recomiendas a tus alumnos para moverse en este mundo y para encontrar su voz?
En realidad ser cantante es una cosa y ser cantante dentro del medio es otra. El trabajo es muy importante y que tengan los pies en la tierra. A veces hay que cambiar de maestro, es así. Y para abrirse camino como cantante pues, lamentablemente, creo que hay que tener buenos amigos, gente que crea en ti. Mucha gente se queda en el camino por falta de apoyos, no por falta de talento.

«No todo cantante sabe enseñar técnica vocal. Yo puedo ver a través de la persona que tengo delante y ayudarla de verdad a cantar»

Por último, cuéntanos si tienes algún sueño musical por cumplir.
Todavía hay muchos teatros que no he pisado, claro, y muchos roles que no he cantado. Para mí quizás Wagner sea el siguiente, Isolda. Con ese ya tengo bastante por hacer. Wagner es un mundo totalmente nuevo y creo que para mí ha llegado ese momento, todo un reto. 𝄂

por Ana Llovet
MUNDO CORAL Nº IV